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Las ballenas de 4 patas o cuando la Evolución se manifiesta tercamente

Atavismo de 4 patas
Cuando vemos delfines, orcas o ballenas con sus enormes cuerpos y su tremenda facilidad para moverse en el agua, se necesita un auténtico acto de fe para convencernos de que no son ningún tipo de pez, sino un mamífero de sangre caliente como lo podemos ser nosotros, los perros o las vacas. No obstante esta dificultad, la realidad es que lo son, aunque el hecho de saber que una inmensa ballena azul de 30 metros proviene de un animal terrestre más parecido a un perro que a otra cosa, tampoco ayuda a desvanecer dudas. Y sobre todo entre aquellos que, enfrascados en sus lecturas de las Sagradas Escrituras en el metro, se sientan en los asientos reservados y no son capaces de levantarse cuando un abuelete se tiene que mantener de pie ante ellos porque no tiene donde sentarse. En fin... indignaciones a parte, las ballenas son un auténtico ejemplo viviente de la teoría de la Evolución, teoría que deja de serlo cuando, por azar, los genes dan marcha atrás y muestran vívidamente rasgos olvidados de sus ancestros. Tal es el caso de las ballenas de cuatro patas.

Ballena jorobada o Yubarta
Las ballenas, y en general todos los cetáceos (del más grande al más pequeño), se caracterizan por tener dos aletas delanteras y una cola acabada en una superficie plana horizontal, que les sirven para desplazarse en el agua y hacer las cabriolas que seguramente todos hemos visto alguna vez. Estos animales, en su proceso de adaptación a las condiciones marinas, han tenido que hacer algunas concesiones, y una de ellas es la de sus patas traseras, las cuales han acabado por desaparecer, habida cuenta que en el mar no les eran prácticas. Sin embargo, a veces, el código genético de las ballenas sufre una alteración y desarrolla un sorprendente par de pequeñas patas traseras que, como recuerdo de su antiguo pasado terrestre, han llamado la atención de los científicos evolucionistas.

Pata trasera derecha, la otra se perdió
En julio de 1919, una expedición ballenera por la costa del Pacífico del Canadá, frente a las costas de la isla de Vancouver, dio caza a una hembra de ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) con una particularidad que no se había visto en otros ejemplares similares: entre las aletas delanteras y la cola, tenía un par de protuberancias alargadas una a cada lado del orificio sexual.

El descubrimiento no pasó desapercibido, aunque la celeridad de los operarios en despiezar la ballena hizo que, cuando los oficiales quisieron darse cuenta, ya se había cortado -y perdido- la protuberancia izquierda. Con todo, tras tomar documentación gráfica in situ de la que aún se conservaba -y tras su correspondiente despiece, faltaría más- los huesos que formaban parte de ese extraño pedúnculo fueron enviados al Museo Provincial de Victoria, en la provincia canadiense de Columbia Británica, donde fueron estudiados.

Restos de pelvis vestigiales
Siglos de caza y de despiece de ballenas hacían que la anatomía de estos cetáceos fuera más conocida que La Moños. Ello permitía que se conociera que, flotando en medio de la masa ingente de músculo y grasa de la parte de atrás, habían unos pequeños huesos, que los científicos determinaron que eran vestigios de las antiguas pelvis de cuando eran cuadrúpedos. Sin embargo, el hallazgo de aquella ballena era ciertamente peculiar, ya que cuando se estudiaron los huesos obtenidos de aquella yubarta (sinónimo de ballena jorobada, no hiperventile) se pudo ver que correspondían a una verdadera pata rudimentaria.

Pata entera (I) Parcial (D)
Así las cosas, aquella protuberancia que estaba rodeada de carne y grasa escondía una pierna de unos 1,28 metros formada por un fémur cartilaginoso de 38,1 cm de largo por 7,62 cm de ancho, a la que continuaba una tibia osificada de 36,1 cm de largo y 12,06 cm de ancho, un tarso cartilaginoso de otros 38 cm y un metatarso óseo de unos 15,54 cm de largo por 4,75 cm de ancho. La extremidad acababa en un cartílago de unos 2 cm. y, según los científicos, era homóloga a la estructura de las aletas delanteras y debía haber tenido cierta flexibilidad. Siendo, en su momento, la primera vez que se veía una cosa semejante. No obstante...¿a qué se debe que apareciera tal resto antiguo?

Para empezar hemos de tener en cuenta que estos restos, conocidos por el nombre de atavismos, no son raros en el mundo animal. De hecho, los segundos o terceros dedos de los caballos (ver El curioso trampantojo biológico de la pata de un caballo), o el apéndice (ver El no tan inútil apéndice humano) y el cóccix (ver El cóccix, la pequeña cola que nos une a los animales)  en el caso de los humanos, son ejemplos de atavismos, aunque los que realmente llaman la atención son los que aparecen como un “además” y no son estándar de la especie -llamados estos "órganos vestigiales". Tal el caso de las patas de atrás de los cetáceos que he comentado antes.

Ubicación de los restos de pelvis
Como quiera que sea, en las fases embrionarias todos los seres vivos -independientemente de su especie- se parecen muy mucho, diferenciándose definitivamente según avanza el desarrollo del embrión. En este caso, los científicos piensan que todos los seres vivos, sobre todo los superiores, disponen más o menos de los mismos genes, solo que, según la especie y su evolución, unos se activan y otros se desactivan durante su desarrollo.

Evolución de las ballenas
Así las cosas, cuando, por algún error en la replicación del ADN del embrión, se activa algún gen que no debería, pueden salir a la luz características que, si bien están porque durante la evolución el cuerpo los ha tenido y no los ha eliminado de su código genético, su particular proceso de adaptación al medio lo había inhibido. En esta situación, aparecen dientes en las gallinas, hipertricosis (ver Hipertricosis, la mutación que convierte el hombre en lobo), pezones suplementarios, o incluso patas en las serpientes, que de otra forma no se manifestarían.

Desarrollo embrionario comparado
En el caso de las ballenas, el error de replicado del ADN de su especie hace que se hagan patentes unas patas traseras que, si bien durante el proceso de evolución las han hecho desaparecer en mor de una mejor adaptación a su medio acuático, no han desaparecido de su genoma y delatan su inequívoco origen terrestre.

En definitiva, una prueba más de que las ideas de Darwin y la Evolución son una realidad científica irrefutable, por más que aquellos que tienen los ojos tapados por una Biblia humana e imperfecta (ver El curioso origen de los cuernos de Moisés) quieran negar la mayor y prefieran seguir pensando que el maravilloso mundo en que vivimos junto a las ballenas, se diseñó ad-hoc para el hombre en el 4004 a.C.

Y eso, sí que es un atavismo.


Pakicetus, el antepasado terrestre de los cetáceos

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