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Subvenciones: buenas si no se necesitan.

Debido a mi trabajo, mantengo desde pequeño una estrecha relación con todo tipo de asociaciones, clubs y colectividades sociales diversas. Esto me ha permitido vivir de múltiples formas lo que significa la vida asociativa, que me llevó incluso a ser fundador de una asociación cultural dedicada a los bailes de salón. Dentro de este mundillo he visto la parte divertida y agradecida, pero también la más amarga y mísera, relacionada casi siempre con la vertiente económica. Robos, problemas de financiación, usos personales o malos usos del dinero de las asociaciones por parte de sus responsables... todo un cúmulo de situaciones que más de una vez ha hecho hundir un club. No obstante, existe una cosa que nunca olvida una asociación: pedir subvenciones. ¿Por qué? Todo el mundo lo ve como una cosa muy positiva, pero yo no lo tengo tan claro. Nada claro.

Normalmente, a una asociación siempre le faltan “cuatro pelas para el duro”, las cuotas son bajas y no permiten muchas alegrías en el momento de hacer según que actividades, entonces, las subvenciones parecen el maná fácil para poder llegar a fin de mes sin muchas dificultades y las juntas directivas no dudan lo más mínimo a lanzarse a la solicitud de la subvención, i no tendría que ser así. Como mínimo hasta el momento en que no le hiciesen falta a la asociación que las pide. Chocante, pero desde mi punto de vista, cierto.

Actualmente, si se pide una subvención ello significa que necesita de ayuda económica exterior para sobrevivir y, por tanto, que la asociación en cuestión no genera suficientes recursos propios como para autofinanciarse. Si llegado este momento se recibe la subvención que se solicita, lo que acostumbra a pasar es que el funcionamiento de la entidad pasa a adaptarse al ritmo de las cantidades que se reciben, entrando en el círculo vicioso de que “si con esto ya llego, no hace falta hacer más”, estancando la situación y enquistando los verdaderos problemas que han llevado a la necesidad de subvención. Pero eso es peligroso, y más de lo que puede parecer.

Al hacer de las subvenciones una de las fuentes básicas de financiación, la asociación gana en comodidad, pero pierde un acicate que induzca a hacer más cosas por la entidad y, sobretodo, pierde independencia propia respecto la administración. Si, por lo que sea, se pierde la subvención obtenida, la asociación se halla atenazada a aquella financiación y el problema vuelve a ser el mismo del comienzo, pero con una situación estancada de mucho tiempo atrás y de muy difícil arreglo. Se han dado no pocos casos de desaparición de clubs por la pérdida o reducción de subvenciones.

De la independencia respecto las administraciones (ya sea local, autonómica o estatal), el hecho de recibir las subvenciones implican que se ha de entrar quieras o no en un quid-pro-quo con ellas. Quid-pro-quo en el que casi siempre tiene más a ganar las administraciones que las asociaciones, ya que han controlado la base del sostén de la entidad. Imaginen una asociación de vecinos que se ha de oponer a unas obras del ayuntamiento ¿qué fuerza podrá hacer si la subvención que recibe de él es básica para su mantenimiento? Poca por no decir nula, claro. Pues esto es un ejemplo bien real.

Lo ideal para una asociación sería organizar correctamente las actividades pecuniarias siendo imaginativo y aprovechando al máximo las no pocas posibilidades que acostumbran a ofrecer los estatutos de las entidades. Con eso no estoy diciendo de cobrar MAS a los socios, bien al contrario -el socio tendría que pagar el mínimo imprescindible o incluso nada-, ni entrar en conflicto con los profesionales del ramo, sino desarrollar actividades complementarias que sean de un cierto interés para el no asociado y que sirvan de anzuelo tanto para la obtención de nuevos socios, como para aprovechar el capital humano de las asociaciones y evitar que sean los dos burros de siempre los que tiren del carro. Si se consigue esto, la asociación habrá conseguido una fuente de recursos importante, un aumento de la actividad -y por tanto interés- social y habrá estabilizado el futuro de la entidad.

Alcanzado este punto, en que no es necesaria una subvención, la directiva puede arriesgarse a pedirlas, ya que no dependerá de ellas y , además, serán unos recursos añadidos para aquella asociación, que aún podrá desarrollar nuevas actividades que la hagan más grande, pero nunca antes.

Una asociación no puede ser, ni de lejos, una empresa, pero sí que ha de seguir un método de funcionamiento muy parecido al de ella. En tanto que así sea, las posibilidades de éxito de una entidad aumentarán ostensiblemente.

Ya sea de parchís o de Bonsái.



Típica situación en una asociación.

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